Había una jirafa sentada en el suelo, en el suelo húmedo. Llevaba enroscada una bufanda kilométrica y de rayas. Pensaba que ahora los ascensores se mueven en horizontal, como topos excavadores. Que la normalidad es un constructo, que los puntos de referencia i-na-mo-vi-bles se dispersan como hormigas.
Había una jirafa sentada en el suelo frío mirando las juntas de las baldosas. Las baldosas, que no son como la normalidad, cuyos límites se estiran como un c h i c l e.
¿Las jirafas se sientan? Bueno, las jirafas escritas, sí. Y llevan bufanda de rayas de colores vivos. Las jirafas son sobrias y silenciosas, austeras, tranquilas. Esta jirafa en concreto está inspirada en una dibuja jirafada. En una jirafa dibujada, quiero decir.
La jirafa dibujada mira a ninguna parte o al cemento, pero bien podría estar mirando el florecer de las cosas vivas, el renacer de la luz interna, el sol de noviembre, las flores cotidianas y/o metafóricas. El devenir de las semanas, que pasan de puntillas y rápido, húmedas como las baldosas, imposibles de parar, como las hormigas. De colores, como la bufanda. Pesadas, leves, raras.
La jirafa dibujada mira a ninguna parte o al cemento, pero bien podría estar mirando el florecer de las cosas vivas, el renacer de la luz interna, el sol de noviembre, las flores cotidianas y/o metafóricas. El devenir de las semanas, que pasan de puntillas y rápido, húmedas como las baldosas, imposibles de parar, como las hormigas. De colores, como la bufanda. Pesadas, leves, raras.
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