Una está dispuesta a tolerar que la televisión pretenda venderle cacharros inservibles-pero ultramodernos- a precio de oro, que el panorama político sea absolutamente desastroso e incluso que los candidatos a representarnos en el Festival de Eurovisión parezcan salidos de un laboratorio donde se cruzó un teleñeco con la hija díscola de María Callas. Pero lo que no está dispuesta a aguantar es que la llamen tonta.
No soporto que insulten a mi inteligencia, por ahí sí que no paso. Y es por ello que me hierve la sangre cuando oigo decir que se están llevando a cabo importantes medidas para luchar contra la anorexia y la bulimia y otros trastornos de la conducta alimentaria provocados, en gran parte, por la misoginia y estulticia de diseñadores de moda a los que no les da la santa gana de lucir sus elegantes vestiditos con modelos que no parezcan primas lejanas de la novia cadáver: me aseguran que las tallas de ropa se han ajustado de forma que una talla 38 no se lleve el canto de un duro con la de un vaquerito de la sección infantil de Zara. Se dice también que ha subido el índice de masa corporal exigido a las modelos para poder desfilar. También que se están desarrollando numerosas y efectivas campañas de concienciación de la gravedad de tales trastornos.
Muy bonito, maravilloso. Semejante muestra de solidarización y humanidad hace que se me humedezcan los ojos. Estoy plenamente segura de que un solo anuncio donde aparezca una mujer que no está en los huesos servirá para contrarrestar todo el daño que hacen los millones protagonizados por esqueletos gordos. Y me ayuda a dormir tranquila el pensar que ello contribuirá a la progresiva desaparición de las infumables revistas cuyo contenido se fundamenta en dietas milagrosas con las que cualquier mujer puede llegar a parecerse a las actrices de Hollywood.
Ahora que me he despachado a gusto, me gustaría pedir una cosa: que no me llamen tonta. Por favor, que no intenten hacerme creer que con una modelo que pesa 42 kilos en vez de 40 el prototipo de belleza femenino cambiará. Que no pretendan que me trague que con un anuncio televisivo donde la chica protagonista tiene pinta de estar sana -seguramente realizado para mitigar el cargo de conciencia de las autoridades que se sienten responsables del panorama- se va a cambiar la mentalidad- la bazofia de mentalidad, si me lo permiten- de la sociedad en la que vivimos, donde sólo la delgada es la triunfadora.
El día que abra un periódico y me encuentre con la noticia de que han encontrado la vacuna contra la anorexia me tragaré mis palabras. Hasta entonces, no me insulten, por favor.
Marta Vidán López
Artículo publicado en Calle Mayor (abril ´08)