domingo, 6 de noviembre de 2011

N-S

Aún no he cumplido 21 y ya viví 22 primaveras. El tiempo se calzó unos championes y echó a correr. Así, pasa tan rápido por tantos lugares que es imposible asimilar los capítulos hasta que no pasaron unas cuantas páginas más. En el libro hay líneas escritas a mano con letra temblorosa, alusiones a tomos anteriores, citas alucinógenas de Cortázar, versos tranquilos de Benedetti, descripciones de zombies que toman la ciudad una tarde soleada y zarandean los autos a su paso, letras grandes y de colores vivos.


En el libro hay registros de terremotos, páginas donde alguien derramó un vaso de vino, virutas de tabaco, cercos de la taza de café. Hay acentos nuevos y manías viejas. Hay pantalones que se quedan grandes, ciudades chicas, bostezos largos, ensayos cortos, listas de cosas que hacer y no se hacen, cosas que no se deben hacer y se hacen.


El Río de la Plata humedece las hojas y el sol del mediodía lo va dejando todo para mañana, menos acabar las tabletas de chocolate. Y las páginas centrales hablan de pibes dulces, minas de ojos de otra esfera, habitaciones re desordenadas y con poca luz a partir de las cinco de la tarde y decoradas con el dibujo de la portada del último tomo que salió al mercado.


El tiempo llega a tiempo o no tiene tiempo o da tiempo. Viene saturado y escribe novelas de terror por las mañanas, cuentos infantiles a mediodía, versos al caer del sol y relatos surrealistas cuando ya ha oscurecido.


El tiempo a veces se pone recontrarrompehuevos, como cuando el paquete de azúcar se cae y deja el suelo de la cocina hecho pelota.

domingo, 21 de agosto de 2011

El vestido de novia

Frío. Sólo hace calor dentro de la tetera, que silba cuando el agua empieza a soltar humo, como un tren que hace apurarse a los viajeros que llegan tarde y corren por el andén, arrastrando las maletas y el sofoco. Hace tanto frío en Montevideo que dicen que podría nevar, y eso que la ciudad no se viste de novia desde 1930.


Tengo estalactitas por dedos. Los niños van por la calle tan abrigados que sólo se les ve los ojos y la punta de la nariz. Camila los llama niños terroristas. Frío y sopa tibia en el estómago. Frío en los pies y parece ser cierto eso de que con los pies fríos no se piensa bien, como canta Pereza. Sí, debe ser por eso y porque, a estas alturas, seguro que mi cerebro alberga un poquito de escarcha.

miércoles, 17 de agosto de 2011

La calle



Los taxis son negros, con el techo amarillo. Hay que sacar la mano si querés que el ómnibus se detenga en la parada. Si pasa, claro, porque puede que veas el mismo ómnibus tres veces en una hora y que el tuyo no haga acto de presencia.


Los uruguayos piropean con los ojos, porque apenas se entiende lo que dicen. Los mendigos utilizan también el lenguaje ocular (lo que sí se comprende es un lastimero señoraseñoraseñora). Cualquiera de los tipos que visten barba, abrigo gris y boina y cargan su mate podría ser el Oliveira de Rayuela, de Cortázar.


Los puestos invaden las aceras: garrapiñadas ("calentitas", la bolsa chica a diez pesos; la grande, a veinte), mate, relojes, prensa. El olor del caramelo serpentea entre los autos, que cruzan la calle cuando ellos quieren, porque los semáforos de Montevideo parecen ser un simple elemento ornamental.


Vale la pena atravesar la avenida 18 de julio sin los cascos, para escuchar el dulse asento ("¡Pará, pará, pará, loco!"). Pero con banda sonora las cosas se ven distintas: las caras, las tiendas, los árboles en un contexto musical se envuelven en una danza de gente que llena las aceras y reparte panfletos y te desea, muy amable, "buen día, pasala bien".

domingo, 7 de agosto de 2011

Sonidos

Cuando salgo al balcón a fumar un pucho aparecen a saludar unos árboles famélicos y desnudos. Pasa un ómnibus verde (el boleto cuesta 18 pesos). Abajo, en el portal de al lado, un tipo que deja ver el 80% del cartón sierra metales envuelto en una nube de chispas naranjas que parecen luciérnagas que se pasaron con el café. Asoma también la hucha, y me da la risa cuando me fijo.


Hace un vientecillo fresco, tan suave que apenas se nota. Luz que pregona una primavera cercana. El encanto de lo decandente, de "la que tuvo retuvo", en los edificios, que sacan sus galas al sol de las tres de la tarde, sol que no consigue despachar a mi polera de cuello alto, sorprendida por tener que trabajar en agosto.


Para cerrar el balcón hace falta una ingeniería. O comer dos veces. No ahoga el ruido que hace el calvo, el dos veces calvo de la acera, que para por un momento para conceder un solo en la partitura al tráfico de la calle Colonia.

domingo, 31 de julio de 2011

Che

A tres días de cruzar el charco pienso que hay que viajar, porque el mundo es muy ancho y no tenemos perdón si no lo conocemos. Y no lo tenemos si no lo hacemos más ancho: escribamos, pues, para hacer el mundo más ancho; y, en su anchura, más bello.

Y hay que leer y saber, porque cuando se tiene frente a las narices algo que conoces, aunque sea un poco, se disfruta el doble. Ya dice Ana María Matute que "si no lees, tú te lo pierdes", y a una Premio Cervantes no se le discute. Porque leyendo se convierte también la butaca del salón en un asiento de avión, de tren o de máquina del tiempo. El charco puede cruzarse cuando uno quiera. Buen viaje.

martes, 26 de julio de 2011

Rodarán cabezas





Pobrecito. No es que fuera un inepto, ni que los bancos sean unos ladrones: se ve que había pasado mala noche y se le olvidó avisarme de que iba a cobrarme 30 euros por cada transferencia, e hice dos. No es que las cajas nos quiten nuestro dinero, es que se les olvida decirnos que tenemos que dárselo, nada más. Por eso no quemé la sucursal y me limité a decir "cabrones" en bajito, y no grité "hijos de puta".



A los españoles nos tratan como a borregos drogados y luego cambiamos de canal cuando los indignados salen en el telediario. Nos gusta recibir contenidos mucho más importantes por televisión, como Belén Esteban atiborrándose de magdalenas. Y es que pensar cuesta mucho trabajo, es incómodo darte cuenta de que tienes algo en la cabeza que te impide quedarte quieto, volver al banco y exigir que te devuelvan lo que es tuyo.

Que no nos extrañe si alguno corre la misma suerte que Luis XVI: a este paso, rodarán cabezas.

miércoles, 11 de mayo de 2011

Opio


Degas, El ajenjo

En este país Marx tendría poco que decir sobre el opio del pueblo, porque no lo necesitamos. Hay una razón muy simple: cuando se es gilipollas no hace falta. En España caen las acciones de Telecinco cuando la ordinaria de Belén Esteban nos crea esperanzas y dice que dejará la pequeña pantalla. Nos harán ir a trabajar a los 67 con el tacataca y nos quejamos de la prohibición de fumar en los bares. Pero el asunto es que, a mayor cargo, más gilipollas se es en este país: incluso te dejan estar en el Constitucional por ello. Eso sí, sale un preso de ETA manifestando su apoyo a Bildu y aquí todos nos hacemos los suecos. Porque esto no quiere decir que tengan relación, no, qué va... Nos parece que sí porque llevamos los efectos del opio en los genes, porque somos un pelín cortitos.

Al menos podrían legalizarnos la absenta, como en Francia (donde, dicho sea de paso, los ciudadanos armaron la marimorena cuando se retrasó la edad de jubilación a los 62), y así nos colocaríamos con un poco de clase...

domingo, 1 de mayo de 2011

Luz

Lo del Día de la Madre me parece absurdo en grado sumo porque todos los días del año son el Día de la Madre, debido a una sencilla razón: una madre nos da a luz cuando nacemos, pero nos da luz desde entonces. Y quien diga lo contrario miente.
Una madre nos da la vida una vez, pero nos la puede dar muchas, porque las madres tienen ciertas habilidades para resucitarnos cuando el mundo se da la voltereta. Habilidades que no sé yo si las aprenderán en las clases de preparación al parto, como la de saber muy bien dónde están las cosas en casa cuando nadie las encuentra (perdón por caer el los tópicos, pero es una verdad como un templo), o que su cerebro sea una base de datos que poco tiene que envidiar a la de la Nasa, y que incluye fechas que no aparecen marcadas en rojo en el calendario, números que no vienen en ninguna guía de teléfono y consejos que escapan a todo refranero. Por no hablar de que la tortilla de patata que hace una madre sabe mejor que cualquier manjar de restaurante de cinco tenedores.
Sea en forma de encuentro del pantalón perdido o de beso regalado sin falta de que haya una excusa para darlo, una madre consigue que cada día haya que hacerle un collar de macarrones, como hacíamos de chiquititos en el cole. “Mamá” se convierte en la palabra mágica aunque uno peine sus primeras canas.
Marta Vidán LópezArtículo publicado en la revista Calle Mayor (nº 459).

martes, 15 de febrero de 2011

Foral

Está bien. Puede que los navarros seamos -algo- brutos y por eso tengan que colocar este tipo de carteles cuando arreglan nuestro ascensor:


Pero, ante todo, los navarros, por mucho que digan que somos cerraos, nos tomamos las cosas con humor.